Rubén Darío



                   Vesperal


                   Ha pasado la siesta 
                   y la hora del Poniente se avecina, 
                   y hay ya frescor en esta 
                   costa que el sol del Trópico calcina. 
                   Hay un suave alentar de aura marina 
                   y el Occidente finge una floresta 
                   que una llama de púrpura ilumina. 
                   
                   Sobre la arena dejan los cangrejos 
                   la ilegible escritura de sus huellas. 
                   Conchas color de rosa y de reflejos 
                   áureos, caracolillos y fragmentos de estrellas 
                   de mar forman alfombra 
                   sonante al paso en la armoniosa orilla. 
                   Y cuando Venus brilla, 
                   dulce, imperial amor de la divina tarde, 
                   creo que en la onda suena 
                   o son de lira, o canto de sirena. 
                   Y en mi alma otro lucero, como el de Venus, arde.

                   1909


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