Federico García Lorca



                   Muerto de amor

                           A Margarita Manso


                   ¿Qué es aquello que reluce
                   por los altos corredores?
                   Cierra la puerta, hijo mío,
                   acaban de dar las once.
                   En mis ojos, sin querer,
                   relumbran cuatro faroles.
                   Será que la gente aquélla
                   estará fregando el cobre. 
                       
                   Ajo de agónica plata
                   la luna menguante, pone
                   cabelleras amarillas
                   las amarillas torres.
                   La noche llama temblando
                   al cristal de los balcones,
                   perseguida por los mil
                   perros que no la conocen,
                   y un olor de vino y ámbar
                   viene de los corredores.
                   
                   Brisas de caña mojada
                   y rumor de viejas voces,
                   resonaban por el arco
                   roto de la media noche.
                   Bueyes y rosas dormían.
                   Solo por los corredores
                   las cuatro luces clamaban
                   con el fulgor de San Jorge.
                   Tristes mujeres del valle
                   bajaban su sangre de hombre,
                   tranquila de flor cortada
                   y amarga de muslo joven.
                   Viejas mujeres del río
                   lloraban al pie del monte,
                   un minuto intransitable
                   de cabelleras y nombres.
                   Fachadas de cal, ponían
                   cuadrada y blanca la noche.
                   Serafines y gitanos
                   tocaban acordeones.

                   Madre, cuando yo me muera,
                   que se enteren los señores.
                   Pon telegramas azules
                   que vayan del Sur al Norte.

                   Siete gritos, siete sangres,
                   siete adormideras dobles,
                   quebraron opacas lunas
                   en los oscuros salones.
                   Lleno de manos cortadas
                   y coronitas de flores,
                   el mar de los juramentos
                   resonaba, no sé dónde.
                   Y el cielo daba portazos
                   al brusco rumor del bosque,
                   mientras clamaban las luces
                   en los altos corredores.

                   1928


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