Manuel Machado y Ruiz



                   Carmen


                     Cuando, al caer la tarde, como un suspiro, orea 
                   los nemorosos patios del barrio de Triana, 
                   y el cabello de Carmen, que de negro azulea, 
                   y sus ojos, en donde amor florece y grana...

                     Envuelto en ese halo de gracia que defiende 
                   al hombre que es amado de una mujer hermosa, 
                   pasa Antonio, y en una larga mirada enciende 
                   el alma y las mejillas de Carmen, ruborosa.

                     Ella lo ve alejarse, sintiendo confundido 
                   al latir de su pecho el paso conocido. 
                   Y al rezar el rosario, y al regar las macetas,

                   un nombre la perturba con delicias secretas. 
                   Y sola ante el espejo — confesará mañana —, 
                   prende en su pelo negro una rosa temprana.


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